PROCRASTINACIÓN (o dejar para después)

Procrastinación
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¿Quién no ha tenido alguna vez tareas pendientes y las ha dejado para otro momento o incluso para el día siguiente a pesar de tener tiempo? De esto trata este término de pronunciación casi imposible.

La procrastinación afecta a la productividad en todas las áreas de tu vida, bien sea en el trabajo, estudios, tareas del hogar, deporte, etc. En muchas ocasiones, cuando decimos “luego te llamo” o “lo dejo para mañana” en realidad “luego” y “mañana” acaban convirtiéndose en “nunca”.

En este artículo daremos algunos consejos para hacer frente a este problema, pero antes, veamos brevemente cuáles son las causas y consecuencias de procrastinar.

CAUSAS

¿Somos vagos? ¿Perezosos? No, somos humanos.

  • Por un lado, nuestro cerebro es perezoso, siempre intenta conservar energía, así que usará toda clase de trucos para desmotivarnos y seguir descansando.
  • Otras veces la inactividad es causada por ansiedad, miedo al fracaso o perfeccionismo. Queremos hacer esa actividad tan bien que nos agobiamos al pensar que no daremos la talla y acabamos no haciendo nada.
  • Finalmente, otras personas son tan optimistas que sobrevaloran su capacidad futura de realizar ese trabajo, pensando que “el lunes” se pondrán como máquinas a realizar la tarea desde primera hora, sin contar con los imprevistos y/o distracciones.

CONSECUENCIAS

No realizar esa actividad importante que se está aplazando indefinidamente traerá consecuencias negativas para la persona y hará que finalmente se haga a última hora, deprisa y muchas veces mal. Pero la procrastinación no solo afecta a la productividad, varios estudios parecen indicar que está relacionada con peor salud psicológica.

               Casi siempre nos distraemos con otras tareas más divertidas o simplemente menos tediosas (Internet, móvil, televisión, etc.) con el objetivo de evitar realizar lo que tememos, lo que nos hace sentir culpables. Acabamos pensando muy mal de nosotros mismos: “soy un desastre”, “he perdido el tiempo” o “me siento inútil”. Estos pensamientos afectarán a tu autoestima y pueden llevar incluso a la depresión.

               Por otro lado, con tanto posponer, acumulamos demasiadas obligaciones para hacer en un breve período de tiempo, lo que genera un gran estrés y ansiedad. Esto a su vez hace que el rendimiento sea bajo, pues hay tareas que requieren tiempo para realizarlas de forma correcta, lo que conlleva más malestar.

“La procrastinación es como usar una tarjeta de crédito, mucha diversión hasta que llega el recibo de pago”   Christopher Parker

TÉCNICAS

Algunas técnicas que pueden ayudar a controlar e incluso evitar la procrastinación se basan en imponerse tiempos de trabajo diarios y estrictos, evitar distracciones o dividir el trabajo u objetivo a completar en tareas concretas y sencillas que seamos capaces de manejar y nos parezcan menos aburridas o difíciles. Concretemos algunas de ellas:

  1. La técnica de los 10 minutos.

Basada en los estudios del psicólogo Bluma Zeigarnik, se basa en lo que su nombre indica: ponerse solo 10 minutos (cronometrados) con la actividad que debemos hacer.

¿Por qué funciona? Nuestro cerebro a menudo funciona por inercia, lo que quiere decir que si está parado quiere seguir parado, pero si vencemos ese primer choque con la tarea es probable que quiera seguir moviéndose. Si conseguimos finalmente estar más de 10 minutos, ¡genial! Pero no nos marquemos una hora de actividad desde el principio, o no venceremos la ansiedad inicial.

  • Dividir en partes más pequeñas y concretas las tareas grandes y abstractas. Por ejemplo:
    • Si tienes que escribir un libro o artículo, hazlo por páginas.
    • Si debes limpiar en casa, planifícate por habitaciones o tareas más concretas.
  • Controlar el horario.

Todos tenemos unas horas en las que somos más productivos, generalmente unas 2h después de despertarnos. ¿No os pasa que a veces en unos minutos conseguimos hacer sin esfuerzo cosas que en otro momento nos habría costado una gran lucha interna contra la procrastinación?

Si puedes, aprovecha tus “horas buenas” para hacer todo lo que más te cuesta, porque en las “horas malas” te será igualmente llevadero realizar actividades más entretenidas.

  • La meta volante.

Se trata de plantearse un objetivo más divertido o sencillo que la tarea que debemos realizar y empezar por él, para luego pasar a lo que de verdad importa, una vez que hemos alcanzado algo de vitalidad.

Un ejemplo:

Estás tumbado en el sofá, pensando en todas las cosas que tienes que hacer y como no sabes por dónde empezar acabas no haciendo nada. Si en ese momento piensas que tienes que levantarte e ir a hacer una tarea que no te gusta (hacer la compra, una hora de bici, etc.), te quedarás tumbado probablemente. Pero si te pones un objetivo más llevadero o motivante, como pasar 5 minutos antes de hacer la compra por una tienda o local que te gusta, tal vez cojas el ritmo y acabes haciendo lo que tanto dejabas para después.

UN CONSEJO

No, no necesitas ese descanso para tomar un café o leer los WhatsApp. Cuando estamos concentrados en una actividad importante tendemos a pensar que un pequeño descanso nos hará volver con más energía y concentración, pero eso rara vez ocurre. La distracción nos absorberá y lo que iban a ser 5 minutos se convertirá en media hora. Después de esa distracción volver a lo que estábamos haciendo se nos hará infinitamente más difícil, teniendo que vencer de nuevo a la procrastinación.

Y tú, ¿qué estrategias usas para luchar contra la procrastinación? ¡Coméntanos!

Sonia Otálora Ballester
Psicóloga

Foto sacada de: https://blogs.20minutos.es/yaestaellistoquetodolosabe/que-es-la-procrastinacion/

Problemas de asertividad

¿Te cuesta decir que no a la gente que te rodea? ¿Hay personas con las que te resulta difícil lidiar porque te hacen sentir “pequeño”? ¿Te da la sensación de que los demás invaden tu espacio y no puedes ser tú mismo? ¿O puede que no te atrevas tampoco a ser firme en tus opiniones?

Si has contestado que sí a alguna de estas preguntas, probablemente tengas cierto problema de habilidades sociales o, más concretamente, de asertividad. Seguro que lo has escuchado montones de veces, pero sigues sin tener claro lo que es. No eres el único, tranquilo. Incluso la RAE se queda corta y obsoleta al dar definición a este término. Caballo, en su artículo de 1983 “Asertividad: definiciones y dimensiones”, afirma que la característica común de todas las definiciones ofrecidas es que “enfatizan la autoexpresión de uno mismo sin herir a los demás”.

Me quedo con la definición de Alberti (1977) que, a mi parecer, es la más completa: “Se define la conducta asertiva como ese conjunto de conductas, emitidas por una persona en un contexto interpersonal, que expresa los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de esa persona de un modo directo, firme y honesto, respetando al mismo tiempo los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones y derechos de la(s) otra(s) persona(s). Esta conducta puede incluir la expresión de emociones tales como ira, miedo, aprecio, esperanza, alegría, desesperación, indignación, perturbación, pero en cualquier caso se expresa de una manera que no viola los derechos de los otros. La conducta asertiva se diferencia de la conducta agresiva en que ésta, mientras expresa los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de una persona, no respeta estas características en los otros”.

Bien, ahora que ya sabes qué es, es momento de empezar a preguntarte cómo trabajarla. En consulta me gusta empezar con el libro de «La Asertividad. Expresión de una sana autoestima» (Olga Castanyer). Está bien para los que quieran aprender desde casa, aunque es importante realizar los ejercicios y llevarlos a la práctica. Si no, no conseguiremos ningún resultado.

¿Cómo podemos mejorar nuestra asertividad?

Debes tener en cuenta que normalmente no tenemos problemas de asertividad en todos los ámbitos de nuestra vida (pareja, trabajo, familia, sexualidad, amistad,…), así como tampoco somos siempre agresivos. Así que, en primer lugar, es necesario que conozcas las situaciones en las que te cuesta ser asertivo y te inclinas finalmente por la pasividad o la agresividad. También es importante que seas consciente de con qué tipo de personas te sucede más a menudo (tu cuñado, una compañera de trabajo,…).

Una vez tengas tu listado hecho, jerarquiza las distintas situaciones que has elegido, es decir, de la que menos te cuesta a la que más. Elige la primera de ella y pon en práctica alguna de estas técnicas:

  • Técnica del disco rayado: ante una petición o sugerencia a la que no quieres acceder o ante el enfado de una persona que te exige algo, lo mejor es usar esta técnica. Por ejemplo, un amigo quiere que le acompañes a comprar algo, pero tú no puedes o, simplemente, no quieres, y le dices: “No, lo siento, tengo otra cosa que hacer –o no me apetece hacerlo-“. Tu amigo en este punto empieza a darte razones para que lo acompañes, quiere que lo hagas independientemente de si quieres tú o no, por lo que tú, ante esta exigencia, repites lo mismo: “No, lo siento, como te he dicho no me apetece”. Coloquialmente quizás le digas algo más parecido a: “De verdad, no insistas porque no me apetece”, pero el fin es el mismo.
  • Técnica del bloque: estás con un grupo de amigos que discuten sobre algo, y cuando te decides a dar tu opinión, alguien salta con que lo que dices es una tontería, no tiene sentido, o incluso, un “que te calles” (que resulta muy agresivo). Obviamente, tú no estás de acuerdo, pero en vez de seguir repitiendo lo mismo como en el ejemplo anterior, en esta ocasión lo mejor es comportarte como un bloque de cemento y ser firme: “Esta es mi opinión, que no considero una tontería, pero estoy dispuesto a escuchar por qué tú piensas que lo es”. Esta respuesta (o similar) probablemente descoloque a la otra persona y la obligue a recapacitar sobre su tono o sus palabras.
  • Cortar: Imagina que una persona te dice la frase del párrafo anterior (“que te calles”), o incluso se dirige a ti con algún insulto. ¿Qué es lo mejor en esta situación? Cortar. Hay que decir algo parecido a: “Disculpa, pero no me estás hablando bien. Yo no te he faltado al respeto y espero que tú hagas lo mismo conmigo”. Contestando con tranquilidad y sin alzar la voz, permites que la persona: 1) se reafirme en su decisión de insultarte, por lo que tu conducta debería ser la de cortar completamente esa conversación y marcharte; 2) que se disculpe; o 3) que intente tergiversar sus palabras o convencerte de que no ha sido un insulto, en cuyo caso puedes contestar con: “bueno, esa ha sido mi percepción y has usado esta palabra y esta otra, y preferiría que no lo hicieras en el futuro”.
  • Pregunta: muchas veces nos encontramos con que la persona que tenemos delante no nos escucha aunque nos haya preguntado por algo, o que abiertamente ignora lo que estamos diciendo como si no nos hubiera escuchado. En estos casos, lo mejor es preguntar: “Perdona, ¿me estás escuchando?”, “¿Qué opinas sobre lo que te estoy diciendo?”, “¿Prefieres que dejemos la conversación para otro día? Te noto disperso”, “¿No te interesa lo que te cuento?”. Cualquiera de estas opciones, según la persona que tengamos delante, es válida. Te permites a ti mismo no seguir hablando con una pared, al mismo tiempo que le das la opción a la otra persona de que se focalice en ti o sea sincero con su falta de atención.

¿Qué te han parecido estas pautas? Espero que te hayan resultado útiles.

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Raquel Navarro López
Psicóloga, Sexóloga, Terapeuta de pareja. 
Directora en Promentium -Salud y Bienestar.

 

 

Bibliografía:

Caballo, V.E. (1983). Asertividad: definiciones y dimensiones. Estudios de Psicología, 4, 51-62.  

Castanyer, O. (2008). La asertividad. Expresión de una sana autoestima. Desclée De Brouwer.